domingo, 23 de octubre de 2011

Libro rescata del olvido etiquetas y envases chilenos

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Domingo 23 de Octubre de 2011

El investigador histórico y coleccionista Óscar Aedo I. publica "Cien Años de Aguas Minerales, Jugos y Néctares, Cervezas y Bebidas en Chile. 1850-1950", en el que recoge decenas de envases y etiquetas chilenos. Este libro fue precedido por su colección de marcas de cigarrillos.

Las Marcas de la Historia II.

Cien Años de Aguas Minerales, Jugos y Néctares, Cervezas y Bebidas en Chile. 1850-1950. Óscar Aedo Inostroza. Morgan Impresores. 224 págs.

Se lanza el miércoles en Concepción Las aguas de la memoria:











El investigador histórico y coleccionista Óscar Aedo I. publica "Cien Años de Aguas Minerales, Jugos y Néctares, Cervezas y Bebidas en Chile. 1850-1950", en el que recoge decenas de envases y etiquetas chilenos. Este libro fue precedido por su colección de marcas de cigarrillos.

Armando Cartes Montory Presidente Sociedad de Historia de Concepción
¿Alguien recuerda la fábrica de bebidas gaseosas de Emilio Teuscher o la Cervecería Alemana de Luis Schiefelbein, ambas de Purén; la Cervecería de Federico Mücke, de Ancud; la fábrica de bebidas de los Tohá, en Chillán; la fábrica de jugo de papaya de Hugo Peralta, en La Serena, o el Agua Mineral Cerro Moreno, "mui radio-activa", de Antofagasta? Es poco probable. Pero vale la pena recordar que, por todo Chile, emprendimientos locales daban vida a una industria diversa y pujante. Para 1920, por ejemplo, había en el país más de cuarenta cervecerías.

La identidad de un lugar se nutre, sin duda, del recuerdo de las industrias locales. Menos abstractas e impersonales que los masivos productos de hoy, solían estar unidas a un lugar. Como el agua de Jahuel, o de la quebrada de Chusmiza, situada a 150 kilómetros de Iquique y 4 mil metros de altura. Es también el caso de Panimávida, donde existen baños desde 1877 y su agua mineral brota de la vertiente "de la mona", que mostraba su etiqueta. Jahuel y Panimávida, establecimientos termales recientemente renovados, son alentadores ejemplos de una positiva e infrecuente continuidad histórica.

Con una perspectiva regional, podemos afirmar que la mirada de conjunto de este patrimonio, a que invita el libro del autor penquista Óscar Aedo, evidencia un desarrollo empresarial más equilibrado. En estos tiempos de concentración de la propiedad, impulsada por una implacable racionalidad económica, es saludable y aun inspirador recorrer la historia de tantos emprendimientos. Hay admirables ejemplos, en épocas tempranas, de adaptación y de conexiones con la economía global.

Una serie notable

La obra es la segunda de la serie "Las Marcas de la Historia" , pues ya antes Aedo había publicado su Colección de Antiguos Envases de Cigarrillos de Chile . Actualmente tiene en imprenta un tercer libro sobre envases y etiquetas de té. Sin pretenderlo, logra torcer el destino, salvando para siempre del olvido aquello destinado a desaparecer. Las etiquetas, es decir, los distintivos que el fabricante pone a sus productos, según la fría definición del diccionario, apenas aspiraban a seducir, por un momento fugaz, a los consumidores de otrora. Con este libro, ingresan a la historia, con su carga de nostalgia y aparente inocencia.

Más que a la amena pluma de Óscar Aedo, debemos este libro a su pasión de coleccionista. Lo imaginamos recorriendo mercados persas y tiendas de anticuarios, las pampas calicheras del norte y las antiguas oficinas salitreras, regocijado en la alegría casi infantil del hallazgo, que sólo comprenden los verdaderos coleccionistas. Ha sido una búsqueda de un cuarto de siglo. Una labor obstinada, silenciosa, pero que hoy nos entrega un fruto sorprendente.

El libro admite varias miradas. La primera es la del encantamiento y la nostalgia. Es imposible no cautivarse por la exuberancia del color y del diseño. Cada página invita a disfrutar simplemente la habilidad artesana del dibujante o del impresor. Elaborados trazos o medios tonos manuales, con plumilla y buriles, salidos de las manos expertas de antiguos litógrafos y grabadores, recrean la evolución de un oficio. La diagramación exquisita del libro, además, que ya es un sello de la serie y las fotografías de primera calidad, que traen a la vida los colores de la etiqueta y los volúmenes sensuales del vidrio, completan una obra formalmente hermosa. Esto fue posible por el apoyo de Morgan Impresores.

La memoria de lo efímero

Las antiguas etiquetas, que ya nada promocionan, tienen también un sentido profundo. Apelan a nuestra memoria, despiertan ecos de infancia y nos llevan a revivir, por asociación, momentos semiolvidados. Ya pocos recuerdan la Menta Verde, la Aloja de Culén, que producía Hinrichsen en Tomé, o el boldo natural. Congregadas en torno a un libro, favorecen la reconstrucción de una experiencia común y una identidad colectiva. Hablan directo a la nostalgia.

Por otra parte, desde la perspectiva de las ciencias sociales, la ephemera , constituida por papeles destinados a ser desechados -invitaciones, etiquetas, facturas o boletos- ya es una reconocida fuente auxiliar. Los viejos papeles, destinados a una existencia breve, entregan información valiosa sobre una época y una forma de vida. Las representaciones, el imaginario, son el objeto de estudio de la iconología social. En los próximos años, estamos ciertos que se reconocerá el valor creciente, para la Historia y otras ciencias, del patrimonio gráfico reunido en los libros de esta serie auspiciados por Morgan Impresores.

Casi todas las bebidas que el libro reseña ya han desaparecido. Sus colores y sabores ya no alegran los anaqueles ni las mesas de hogares y restaurantes. Algunas antiguas industrias sobreviven, fusionadas en empresas actuales. Es el caso, entre otros, de la cervecería de la sucesión de Jorge Aubel, de Osorno, la fábrica de cerveza y hielo Mitrovich de Antofagasta y la Compañía Cervecera de La Calera, hoy todas integradas en la Compañía de Cervecerías Unidas, fundada en 1902. Incluso Anwandter Hnos., que en 1872 llegó a abastecer el 50 por ciento del mercado interno de cerveza, pasa en 1906 a manos de la CCU. Y respecto a las que no sobreviven, consolémonos, al menos sus etiquetas duermen en el desierto, bajo las costras de caliche, esperando ser redescubiertas.

Para saciar la sed de miles de hombres, que habitaban 300 oficinas salitreras diseminadas por el desierto, a fines del siglo XIX y comienzos del XX, llegaban aguas, bebidas y cervezas de distintos rincones de Chile. Algunas salitreras incluso producían sus propias bebidas. Con la declinación de aquellas, también se produjo el ocaso de la industria de los bebestibles. En la hora actual, el país pretende transformarse en potencia agroalimentaria. Pues bien, dejemos que el ejemplo de los animosos pioneros, que este libro ilustra y reseña, nos muestre el camino.

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