miércoles, 14 de marzo de 2012

La Vega se pone gourmet

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El restaurante Gallo ofrece quiches, risottos y ratatouille, en un barrio acostumbrado sólo a platos más populares.

por Paulina Cabrera


El barrio de La Vega Central se caracterizaba únicamente por sus cocinerías de mantel de plástico y platos caseros, como "La buena comida de la tía Ruth". Ahí los porotos con riendas y las cazuelas se sirven a módicos precios. Pero precisamente donde funcionó por décadas una fuente de soda, hoy habita una nueva apuesta gastronómica. A dos cuadras de la "catedral de la verdura" y su interminable griterío de mercaderías, en calle Echeverría 959, se emplaza el restaurante Gallo, una oferta naturista y gourmet.

El local, que es parte de una casona del año 1899, mantuvo de su antecesor la barra, las pequeñas mesas y las sillas de fierro. A la férrea identidad popular del barrio le introdujo una serie de platos impensados para el entorno.

"No es un lugar sólo para comer. Es una apuesta estética", revela su dueño, Alejandro Romo Gallo, quien, además, es artista visual, músico y bartender. Lo acompaña en su aventura el diseñador Felipe Rojas. Juntos han introducido toques creativos a la cocina y logrado una fiel clientela.

La carta para los comensales, que no se repite ni un solo día del mes, incluye una amplia variedad de quiches, hamburguesas de lenteja y soya, risottos, pastas, ratatouille con polenta, cuscus y una larga lista de ensaladas de la estación. "Con la primera lluvia, empezaremos con la temporada de sopas. También ofrecemos inventos a partir de ingredientes del día que compramos en La Vega y en el Mercado Central", acota Alejandro, quien partió con el negocio en julio pasado.

Al restaurante llegan trabajadores de fábricas cercanas, mecánicos, taxistas, escolares y profesores de colegios, que agradecen los menús naturales desmarcados de la oferta del sector. "Traemos al barrio platos que no se ven acá y que están hechos en forma casera y cuidadosa", señala Felipe.
Obviamente, para complacer a sus vecinos más tradicionales también hay porotos granados y charquicán con longaniza.

A través de una estética joven y colorida pretenden cautivar a los amantes de la buena cocina y el diseño. Una cortina clásica de carnicería recibe a los visitantes, que pueden ver la reiteración de la figura de un gallo en el lugar. El ave es visible en el papel mural, en juguetes de metal y una serie de adornos. Sin embargo, es el dibujo a gran escala de la ilustradora Francisca Vilches el que es la marca distintiva del espacio.

"Viene la gente del barrio, pero también amigos que son diseñadores. La casona, que pertenece a mi familia desde los años 50, está abierta a todos", indica Alejandro, quien vive detrás del local, en un terreno que tiene 600 metros cuadrados.

Las habitaciones delanteras fueron acondicionadas como locales comerciales por su abuelo José Gallo. "El atendía la botillería. En la tarde yo hacía las tareas y leíamos el diario. Con esto es como volver a la rutina que tenía cuando niño", agrega.
El restaurante recibe diariamente entre 20 y 25 comensales y también realiza despachos a empresas y domicilios vecinos.

"La calidad de la comida y la atención es nuestra prioridad. Estamos atentos a lo que los clientes necesitan. Incluso, a los más habituales les preguntamos qué quieren comer al día siguiente y les cocinamos especialmente", añade el dueño.

Felipe Rojas explica que el local no tiene fines lucrativos. Simplemente, le apasiona trabajar ahí.
Esta alternativa de almuerzos saludables en el viejo Santiago es accesible a todos los bolsillos. Los habitués del lugar entran y se ponen al día con los anfitriones. "Llegan tristes o felices y nos cuentan sus cosas", detalla Alejandro, quien sabe regalonear a su clientela.

Los socios del restaurante Gallo quieren que sus clientes disfruten de su almuerzo, manteniendo ese ritmo lento que caracteriza la vida de barrio. De hecho, los comensales pueden llevar su propia música para compartirla con los demás. "Acá se sienten como en su casa", rematan.

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